Violet Country

La pequeña Stesha vive en una casa de campo, aislada del mundo exterior e inmersa en un mundo de juegos y fantasía. Sus dibujos reflejan el mundo interior: la imagen del Paraíso, que se desvanece a medida que ella crece.

El mundo infantil como una verdadera zona vedada: un territorio autónomo, sujeto al escrutinio adulto, pero ajeno, perdido, un Edén añorado hasta las lágrimas. Con mixturas de acción en vivo y técnicas venerables de animación –de esas que parecen creadas en una sección paralela de las escuelas del ramo–, Mikhail Gorobchuk recrea con malicia de conspirador algo de ese universo: más bien lo captura delicadamente, como si manipulara a un animalito herido, y nos lo trae a nosotros, espectadores azorados del fenómeno, que podemos de este modo asistir a la majestuosidad minuciosa que vemos depositada delante nuestro, casi como si soñáramos. En el fondo, Violet Country no es otra cosa que un país en el que no podremos vivir. David Obarrio