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La directora filmó durante tres años a un curso de alumnos de entre siete y diez años, pertenecientes a un distrito étnicamente diverso y de clase trabajadora en Viena. El retrato de una sociedad que lucha por cuestiones de identidad y migración.

Nada nuevo bajo el sol, salvo el implacable talento de Beckermann: la película registra la travesía de los chicos y su maestra durante un buen período de manera asombrosa. No hay grandes conflictos ni controversias; un ideal sarmientino recorre la película como una presencia tutelar. Civilización, convivencia, comunidad son palabras que vienen a la mente prácticamente en cada imagen. Los niños, todos inmigrantes, aprenden a estar en la vida mientras también aprenden el idioma alemán. La directora observa el modo en que se desenvuelven –las familias siempre en off, salvo en un par de escenas–, con sus idiosincrasias, religión y costumbres a cuestas: con belleza, distancia justa y, por qué no decirlo, genuina emoción. David Obarrio